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DESDE EL VATICANO / En Memoria de monseñor Roberto Lückert León

En una entrevista inédita, el prelado denuncia los lastres que padece la sociedad venezolana bajo los designios de la dictadura

MARINELLYS TREMAMUNNO / DIARIO LAS AMÉRICAS

Roma. – El domingo 16 de junio, la Iglesia católica y el pueblo venezolano perdieron a uno de sus más fervientes pastores, monseñor Roberto Lückert León, arzobispo emérito de Coro, quien falleció a la edad de 83 años. Su vida y ministerio fueron testimonio vivo de su compromiso con la fe y con el sufrimiento de su gente, en una Venezuela atravesada por profundas crisis.

En esta ocasión, a través de la columna semanal «Desde El Vaticano» rendimos homenaje a su memoria presentando un texto inédito de mi libro «Venezuela: l’eden del diavolo», publicado en Italia en 2019 por la editorial Infinito Edizioni (ver aquí). Esta obra recopila entrevistas realizadas a tres prelados venezolanos durante la visita Ad Limina Apostolorum del Episcopado del país, que tuvo lugar del 6 al 15 de septiembre de 2018. Fue un encuentro histórico: por primera vez, todos los obispos de Venezuela acudieron a Roma para reunirse con el papa Francisco y como periodista acreditada ante la Santa Sede tuve el privilegio de estar muy cerca de ellos.

El libro «Venezuela: l’eden del diavolo» es un testimonio periodístico único que recoge las voces de los pastores que, día a día, experimentan de primera mano el sufrimiento y el martirio del pueblo venezolano. Cada capítulo está dedicado a un prelado, y en esta entrega compartimos las palabras de monseñor Roberto Lückert León, quien, con valentía y esperanza, nos narró por qué Venezuela se ha transformado en el edén del diablo.

A través de este texto que presentaremos en dos entregas, queremos recordar y honrar la vida de monseñor Lückert León, un hombre cuya voz se alzó incansablemente en defensa de los más vulnerables y cuya fe fue un faro de esperanza en tiempos oscuros. Que su legado inspire a seguir luchando por una Venezuela más justa y en paz.

“Las torturas cubanas”

«La defensa de la libertad ha costado mucha sangre y mucho sufrimiento, para alejarnos de lo que la mayoría rechaza: políticas de hambre, persecución política, represión militar y policial, prisioneros políticos, torturas, corrupción e ineficiencia en la gestión pública».

El 26 de enero de 2010, el Consejo Legislativo del estado de Falcón, de mayoría chavista –con un diputado de oposición y ocho del partido de gobierno, el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) fundado por Hugo Chávez en 2007– declaró persona no grata a monseñor Roberto Lückert León, en ese momento vicepresidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV), “castigado” por sus declaraciones sobre la situación de Venezuela. Eran los tiempos de Chávez, de aquella Venezuela mistificada por la mirada europea, mientras el episcopado del país ya estaba activo en alertar sobre el progresivo desmantelamiento de la democracia venezolana.

Desde el 23 de noviembre de 1998, Monseñor Lückert León es el primer arzobispo de la Arquidiócesis de Coro, ubicada en el estado de Falcón, y recibió el Palio de manos Juan Pablo II en junio de 1999. Cuenta con más de cincuenta años de sacerdocio y más de treinta años de servicio como obispo; hoy es arzobispo emérito y, al llegar a la edad de ochenta años, no ha interrumpido su actividad pastoral y ocupa el cargo de presidente de la Comisión de Justicia y Paz del episcopado.

Es un prelado combativo, siempre listo para defender la democracia, la libertad y el bien común de los venezolanos. Su voz es la de aquellos a quienes han limitado el derecho de palabra o han silenciado. Lo encontré en el vestíbulo de la Casa del Clero Domus Sacerdotalis. Me recibió con una gran sonrisa y fue como encontrar a un abuelo simpático. En pocos minutos de conversación entendí por qué goza de la simpatía y el afecto de los venezolanos, creyentes o no.

– La última visita Ad Limina de los obispos de Venezuela a Roma fue en 2009 con Benedicto XVI. Casi diez años después, tanto en el Vaticano como en Venezuela todo ha cambiado. ¿Cómo recuerda el encuentro con Benedicto y cómo fue el de Francisco?

Eran épocas diferentes, muy distintas. En el caso de Benedicto, es alemán, era muy metódico, el dirigía la conversación, ciertamente era muy cercano como lo es Francisco, pero Francisco rompió los moldes. Cuando me saludó, me dijo: “Dejaste un amigo en Venezuela”. Le pregunté a quién se refería y él respondió: “Maduro”. Por su comentario irónico entendí que sigue de cerca la situación de nuestro país. Bergoglio fue muy humano, nosotros los obispos pudimos decir muchas cosas. Fue un encuentro muy productivo.

Venezuela hoy

Los europeos no entienden cómo un país inmensamente rico como Venezuela sea inmensamente pobre. Cuando África se separó de América, que nacieron los dos continentes, el lomito (lo mejor) se lo dejaron a Venezuela: el 40% del oro mundial está allá, todavía tenemos una de las mayores reservas de petróleo; montañas de hierro, aluminio, bauxita y un nuevo producto mineral que se usa para las computadoras que se llama Coltan, hasta eso existe en Venezuela. Pero lo más grandioso es que el 70% de la población es menor de 30 años. Ya quisieran muchos países de Europa tener esa fortaleza muscular e inteligencia que tiene el pueblo venezolano. Desafortunadamente, ese pueblo, siendo inmensamente rico, está atravesando una “gran tribulación”: está atravesando la desgracia de la pobreza, del abandono, de la persecución. Los chavistas gobiernan desde hace veinte años y ¿qué han hecho con este pobre país? Lo han llevado a la quiebra. Aquí no se puede estar en desacuerdo con el gobierno; según ellos, debemos aplaudir los desastres que han producido. No hay luz, no hay agua, no se recoge la basura, hay huecos en las calles por todas partes. ¿Y qué pretende el gobierno? Que nosotros aun como iglesia aplaudamos y nos quedemos callados la boca, ¡No! Porque si yo no hablo y si la iglesia venezolana no habla, si no denuncia, la historia la va a castigar por ser perros mudos. La iglesia tiene la obligación de ser profeta y ante los problemas del país alguien tiene que decir lo que está sucediendo y llamar las cosas por su nombre, con todas las consecuencias del caso.

– En este contexto, ¿cuáles son los problemas estructurales?

El mayor es el económico. Tenemos grandes universidades, con excelentes facultades de Economía. ¿Por qué no reúnen a los expertos en economía para buscar soluciones juntos, sobre todo para enfrentar la hiperinflación que está devastando al pueblo venezolano? ¡No lo hacen! No buscan ayuda, ven enemigos donde no los hay. La Iglesia no es un enemigo del gobierno, pero tenemos la obligación y la responsabilidad de denunciar lo que está sucediendo porque la gente está sufriendo; debemos estar del lado del pueblo.

– ¿Cómo puede la Pastoral Social contribuir a enfrentar los problemas del país?

Estamos ahorita, como podemos llamarlo, aplicando pañitos calientes, es decir, medidas de emergencia. Ha sido muy bonito que ha florado el sentido solidario del venezolano y apoyamos con las ollas solidarias. Es bonito ver que todo el mundo trabaja para ayudar a los necesitados: hay quien pela las verduras, quien limpia la carne, quien hace la sopa, quien prepara las porciones y muchos otros distribuyen las comidas en las casas. En otras palabras, la terrible crisis ha incentivado el valor cristiano de la solidaridad, ¡eso es bonito! Por ejemplo, un obispo ha transformado su palacio en un restaurante que ofrece cuatrocientos almuerzos gratuitos todos los días en Paraguaná. Mi curia, en Coro, se ha convertido en una farmacia, en donde la gente hace cola para que les demos medicinas. Junto a la crisis se han aflorado valores cristianos hermosísimos en nuestro país.

– Pero el venezolano no ha sido capaz de resolver esta crisis que lo aflige desde hace años. Percibo cansancio y desilusión…

Porque nunca habíamos pasado por esto y, además, tenemos un gobierno mentiroso, mitómano de profesión, que cuenta mentiras apoyadas en los viejos discursos del presidente Chávez. Pienso que Chávez no tenía malas intenciones, pero sus ideas no estaban de acuerdo con la realidad venezolana. En la filosofía escolástica, ¿cómo definimos la mentira? La no adecuación de la mente a la realidad, mientras que la verdad es la adecuación de la mente a la realidad. En este caso, la mentira es parte del telón de fondo del gobierno de Maduro, son mentiras para sobrevivir a los grandes problemas que tiene el país.

ARTICULO ORIGINAL

Continuará en la próxima edición.

DESDE EL VATICANO Si hay algo que prevalece entre los venezolanos, es la fe

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