El grito del obispo: “Venezuela, régimen ilegítimo: país e iglesia sufren”
José Luis Azuaje Ayala, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana, denunció a la Brújula Cotidiana la angustia que enfrenta todo el país y el gran sufrimiento de la Iglesia: “Producimos petróleo, pero no tenemos gasolina, ni electricidad ni medicamentos. La Iglesia está pagando un costo muy alto: hay deserción en las escuelas, hay obras católicas que han tenido que cerrarse y muchos sacerdotes han tenido que irse”. Y sobre Maduro: “El régimen es ilegítimo, la Iglesia y el pueblo sufren las consecuencias” del castro comunismo.
MARINELLYS TREMAMUNNO / BRÚJULA COTIDIANA
“Venezuela vive una emergencia humanitaria”, ha sido el grito de angustia y dolor del episcopado en la más reciente Carta Fraterna de los obispos venezolanos dirigida a las iglesias hermanas de América y del mundo, publicada el pasado 10 de enero de 2020. Se trata de una emergencia ocasionada por “la imposición de un sistema ideológico”, el castro-comunismo en su mutación denominada Socialismo del Siglo XXI, que ha traído consigo “el aumento de la desnutrición infantil, la destrucción del aparato productivo y el crecimiento de una especulación agobiante”, a consecuencia de la hiperinflación desenfrenada y de la inevitable dolarización de la economía. Sin embargo, Venezuela ha dejado de ocupar los titulares de los principales medios y mucho menos se conoce cómo vive la iglesia venezolana esta “emergencia”.
“El régimen es ilegítimo” enfatizó el prelado al referirse a Nicolás Maduro y denunció que “como pueblo sufrimos las decisiones que toma a todo nivel y, como bien lo sabe el mundo, el pueblo venezolano lo padece” y en consecuencia sufre también la Iglesia, en un país en donde el 98% de la población es católica.
Ya en la visita Ad Limina, realizada en septiembre de 2018, el episcopado había alertado el colapso económico que estaban sufriendo los programas educativos y de salud a cargo de la iglesia, como consecuencia de la situación del país. En la Brújula Cotidiana quisimos conocer de primera mano la situación actual de esta iglesia mártir y conversamos en exclusiva con Mons José Luis Azuaje Ayala, presidente de la Conferencia Episcopal Venezolana (CEV).
Su Excelencia, ¿puede describir la situación actual?
Como bien expresamos en nuestro último comunicado del mes de enero en forma de carta fraterna, todo en Venezuela se ha empeorado. Quienes tienen responsabilidad en el área económica no han tenido la capacidad de controlar la inflación y mucho menos trabajar para el bienestar de la familia venezolana. Pareciera que fuera política pública deteriorarlo todo, que nada funcione, y con vergüenza hay que decir que en uno de los países con mayor reserva de petróleo falta la gasolina. En todo el país, menos en Caracas, hay escasez de gasolina, las colas son inmensas, no hay electricidad continua, ni para que hablar de medicamentos e insumos médicos. La causa de esto es la destrucción de las empresas productivas públicas y privadas del país.
¿Y cómo vive la iglesia venezolana esta crisis?
La Iglesia no escapa a esta situación. Este país que se ha dolarizado con una inflación galopante. Los precios están al nivel del dólar internacional, pero con el agravante de que el salario mínimo actual (según la Gaceta oficial nro. 6.502, del 10 de enero de 2020) es de 250 mil bolívares (3 dólares) que más el “cesta tiket” (bono alimentario) de 200 mil bolívares (2 dólares), tenemos un salario mínimo integral de aproximadamente 6 dólares, una tragedia. Esto ha traído como consecuencia la deserción de estudiantes y maestros en nuestras escuelas católicas, incluso del personal administrativo y de los trabajadores de mantenimiento por no tener cómo sustentarse, por faltarles el alimento y lo mínimo indispensable para una vida digna. Muchas escuelas les ofrecen bonos compensatorios, pero es imposible alcanzar el nivel de la inflación, por lo que muchos han salido del país o están planificando salir. Así se encuentran también nuestras Universidades, tratando de sobrevivir con el poco alumnado y profesorado que aún queda y que no se resigna.
Ante las carencias que vive el pueblo venezolano, la Iglesia ha incentivado la ayuda social de distintas formas, concentrándose en los más vulnerables: los niños, los ancianos, los enfermos, las madres embarazadas o las lactantes. Ha sido una experiencia muy hermosa de solidaridad que nace de una visión cristiana en el seguimiento de Jesús: “los pobres siempre estarán con ustedes”, “denles ustedes de comer”. Estas palabras estimulan el obrar de la Iglesia porque es un compromiso antes que doctrinal, humanitario, así como lo hizo Jesús. Sabemos que no tenemos suficiente personal, ni recursos económicos para atender a tanta gente que ha caído en la pobreza, pero lo que si nos sobra es mística para hacer aquello que nos ha mandado el Señor y hacerlo con calidad y entrega.
En el 2018 había alertado la pérdida de recursos humanos como consecuencia del éxodo y de la no renovación del visado a algunas misiones extranjeras. ¿Cuál es la situación en este momento?
Muchos miembros de la vida consagrada han abandonado el país, principalmente aquellos que, no siendo venezolanos por nacimiento, llegaron hace muchos años a servir a nuestro pueblo y por desgracia han tenido que regresar a sus países por la falta de insumos médicos y por problemas de salud. Los superiores prefieren no arriesgar la vida de estos religiosos que han servido desde muchos años al pueblo venezolano a través de la educación, las misiones, la pastoral. También algunos sacerdotes diocesanos han tenido que irse con el respectivo permiso del obispo, al no encontrar tratamiento farmacéutico para sus enfermedades. Ellos acompañan a los miles de venezolanos que se han ido por el mismo motivo… También tenemos dificultad para conseguir el visado para religiosos o religiosas que han sido destinados al país y que con gusto quieren venir. Muchos entran como turistas, pero luego no consiguen el permiso de permanencia a pesar de cumplir todos los requerimientos pedidos por el gobierno. Esto ha hecho que muchas comunidades religiosas cierren obras o las entreguen a la Iglesia particular que adolece de recursos. Por ejemplo, hay comunidades religiosas que han entregado algunas misiones donde estaban presentes 3 o 4 sacerdotes, hoy solo puede hacer presencia un sacerdote diocesano. Esto genera ciertos problemas en cuanto a la tradición en la atención, pero las comunidades comprenden y apoyan el servicio. Nuestros sacerdotes son arriesgados al meterse de lleno en el servicio de la gente sabiendo que ellos mismos son afectados por la carencia de recursos.
¿Cómo afrontar la labor pastoral en este contexto?
La Iglesia en Venezuela no es rica, ni tiene detrás de sí empresas que la sostengan, mucho menos un sistema de financiamiento orgánico, su sustento viene de la feligresía en lo que libremente pueden aportar. Pero esto también es positivo, pues implica una gran libertad de espíritu para vivir por los pobres, por los vulnerables porque la Iglesia también lo es. Por esta razón somos conscientes de que se mantiene la confianza plena en el Señor, que no deja sucumbir su obra. La generosidad de muchas personas, el tiempo donado por tantos católicos en las diversas obras educativas, caritativas, de salud, de apostolado, indican un camino de entrega y de generosidad desde el Evangelio vivido y sentido como propio. Esto no quiere decir que todo se pueda hacer. Hay obras que han tenido que cerrarse.
¿Cómo ve el año 2020 para la Iglesia local y para Venezuela?
Un año muy complejo. Un año de sufrimientos para nuestro pueblo si siguen gobernando quienes han asumido el poder. Todo el mundo fue testigo de cómo se abrió el año políticamente: la usurpación de una directiva de la Asamblea Nacional que no fue elegida, sino impuesta; es decir, no se cumplió la ley. Esto indica que este año todo será impuesto, no se respetará la ley. Lo que tenemos por delante es un camino de conflictividad y de injusticias a las que tendrá que enfrentarse el pueblo democrático y sus instituciones.
Este año es de mayor compromiso para la Iglesia, porque a mayor necesidad y deterioro del ser humano, mayor debe ser el compromiso y la entrega de los cristianos católicos y de toda persona de buena voluntad. Están en juego vidas humanas, no solo estructuras políticas, sino principalmente seres humanos. Creo que esto nos ayuda a comprender la razón de ser de Jesús: traernos al Padre, hacerlo visible en Él, mostrar la misericordia del Padre en medio de realidades dolorosas para ofrecernos la salvación, la liberación y proyectarnos hacia el futuro en un reino que es de Dios donde la paz, la justicia y el amor se hagan presente para que “todos tengan vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
En su mensaje de fin de año recordó que en tiempos de Jesús el pueblo también estaba empobrecido por sus gobernantes, pero logró “vencer la maldad desde la verdad y la libertad que vienen de Dios”.
Hay una gran certeza en la historia del pueblo: Dios actúa con su poder para liberar al pueblo. Esto es verdad, pero debemos recordar que Jesús nos ha dejado un trabajo a todos los creyentes. Él instituyó un reino que es de paz, justicia y amor; lo instituyó para que nosotros lo construyéramos; es decir, en todas las acciones y obras humanas, principalmente la que generamos los cristianos, estos valores estén presentes. La paz que no solo es ausencia de violencia, sino que es una actitud coherente de aceptación del otro y de dignificar cualquier vida; la justicia nos debe llevar a obrar acorde al estado de derecho, con respeto por el otro y con mayor predilección por el necesitado; y con el amor como fundamento de todo nuestro pensar y obrar. Esto resquebraja el mítico pensamiento de que Dios nos resuelve todo. Las palabras de Jesús: “vayan y denle ustedes de comer”, esa petición significa que confía en nosotros. Debemos, pues, hacer nuestro trabajo en la vida social, política, económica, cultural. Esto no se lo podemos dejar a Dios. Él confía en nosotros y nosotros debemos confiar en quien nos ha enviado. Él nos da su fuerza y su gracia, pero nosotros debemos ejercitar la caridad y las destrezas necesarias para mejorar la situación de nuestro pueblo.