Venezuela: se acabaron los tiempos del diálogo
Cuatro horas duró la discusión que este miércoles 31 de mayo enfrentó a los miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) y que dejó al descubierto la incapacidad de la región para afrontar la crisis venezolana. Cuatro horas de largos discursos estériles, cuatro horas de retórica. ¿El resultado? Ninguno. La suspensión de las consultas hasta nuevo aviso.
Marinellys Tremamunno / Corresponsal de YI en Roma
Por un lado, la propuesta liderada por México y Estados Unidos, que condena la imposición de una Asamblea Constituyente en Venezuela y presenta fuertes críticas a la actuación del presidente Nicolás Maduro; por el otro, la del Caricom, 14 países que en bloque intentan blindar al gobierno venezolano.
Ya ha pasado un año desde que Venezuela se convirtió en materia de discusión en la OEA, un año en el que la vida cotidiana del venezolano se ha deteriorado a niveles alarmantes, un año de impunidad y de violaciones de los derechos humanos, un año en el que han fallecido al menos 29 mil personas producto de la criminalidad, un año en el que miles de venezolanos escapan del país en un éxodo de masa jamás visto, un año de empobrecimiento de una entera población que ha visto reducida su cotidianidad en interminables filas para intentar comprar lo poco que se consigue para comer, con un salario que tristemente alcanza diez dólares al mes.
Y mientras la retórica de los cancilleres de las Américas no termina de cuajar, Venezuela está encendida en una resistencia de millones de banderas contra lacrimógenos que son lanzados incluso como proyectiles; de resistencia pacífica contra el terror de los arrestos masivos, las torturas y disparos con metras en lugar de perdigones, y de piedras contra fusiles. Sesenta días de protesta han dejado un saldo de sangre: 69 fallecidos (49 estrictamente en manifestaciones), más de 3 mil arrestos de los cuales 355 ciudadanos han sido presentados en tribunales militares, y la cifra de prisioneros políticos que en marzo era de 117 se duplicó a 309 personas, según información del Foro Penal Venezolano.
Con una realidad tan cruel como la que vive Venezuela, en donde los ciudadanos tienen que decidir si escapar del país o morir en las calles, resulta casi insostenible el discurso de los países del Caricom. Está más que evidente que los intereses económicos se anteponen a la defensa de los derechos humanos; que más vale continuar desangrando a Venezuela a través de Petrocaribe (alianza firmada en tiempos de Hugo Chávez y que le garantiza a los países miembros del Caricom petróleo a precios preferenciales), que la defensa de “un orden de paz y de justicia”, como lo dice el art. 1 de la Carta que en el año 1951 dió nacimiento a la OEA.
¿Los puntos de la discordia con el Caricom? No aceptan la solicitud de no conformación de la Asamblea Constituyente “en la forma en que está concebida actualmente” que es absolutamente inconstitucional, la liberación de los centenares de “presos políticos” y el establecimiento de un calendario electoral con observación internacional, única solución democrática posible. Al menos todos coincidieron en que debe cesar la violencia.
La crisis política y humanitaria que se vive en Venezuela, lamentablemente están sucediendo desde hace mucho, no desde hace 60 días. Prácticamente desde el nacimiento de la revolución “chavista”, con la llegada de Hugo Chávez al poder (1999), los venezolanos hemos intentado convivir en medio de una constante confrontación política, mientras veíamos el desmantelamiento progresivo de nuestra democracia. Para el chavismo, tener una opinión crítica significa ser terrorista, y si no bajas la cabeza y te alienas al “proceso” pasas a ser un “enemigo de la revolución”.
Ahora se habla tras bastidores de una tercera vía diplomática: la de un nuevo esfuerzo de diálogo. Hoy, con nuestros muertos, con las familias separadas por la emigración forzada, con el país en cenizas y la sangre derramada, los venezolanos estamos convencidos de que se venció el tiempo del diálogo y sólo queda el camino de la justicia. “No hay paz, sin justicia”, sabias palabras de San Juan Pablo II.